Manifiesto
El Hilo de la Luz
Hay caminos que no se inventan, solo se siguen, a veces contra todo, pero siempre con el corazón.
Algunas vocaciones se imponen en silencio. Las trayectorias no se deciden, se escriben a medida que uno regresa hacia lo que verdaderamente importa. Fosfens no es fruto de un plan, ni la prolongación de un sueño infantil. Es una necesidad suave, un hilo que no tensé, sino que seguí, casi sin darme cuenta. Una intuición persistente, nacida de una mirada sobre la luz y del profundo deseo de cuidarla.
Fosfens nació en un taller familiar, en el corazón de una actividad histórica dedicada a la aeronáutica. Mi hermano tomó las riendas con rigurosa calma, continuando la obra de nuestro padre. Allí anclé Fosfens como quien desliza una nota nueva en una partitura antigua: con respeto, con rigor, con la voluntad de prolongar un saber hacer raro en un mundo de sensibilidad, intimidad y luz de alta precisión.
Moldeé este proyecto con todo lo aprendido en grandes multinacionales. No como oposición, sino como un giro. Ese mundo me enseñó eficiencia y normas; pero sobre todo, me ofreció encuentros: personalidades singulares, maestros discretos, imperfecciones brillantes. También hubo años marcados por almuerzos con estrellas Michelin en mano, y las mejores mesas de Francia como escenario diario. Cada comida se convertía en sala de reuniones. Intercambios genuinos, complicidades inesperadas, un arte de vivir que nunca olvidé.
Y luego, las noches. No dormía en hoteles ni palacios, sino en castillos franceses, a menudo fuera de los circuitos habituales. Sus dueños me recibían como invitado, no como cliente. Contaban su lugar, sus piedras, su historia. Las cenas eran animadas, generosas, inolvidables. Fue en esos instantes entre compromisos cuando comprendí lo que significaba la autenticidad: una palabra que no solo se pronuncia, sino que se vive.
Hoy, todo eso ha cambiado, y estoy pleno. Cocino en casa como en el taller. Es mi gesto de retorno, mi manera de reconectar, de ralentizar entre dos creaciones. Ya no viajo solo ni duermo en castillos lejanos. Duermo en casa, encuentro a mis hijos al amanecer y regreso antes de que declinen los días. Una riqueza distinta, más discreta, pero infinitamente más justa.
Fosfens nació de esta tensión fértil: entre la ultra-precisión de las herramientas de ingeniería y la ternura del gesto artesanal; entre la herencia familiar y una visión renovada del confort visual; entre la técnica más rigurosa y la poesía de una luz benevolente. Nunca se trató de seducir, sino de iluminar con cuidado, revelar sin imponer, crear presencias capaces de habitar un lugar sin dominarlo jamás.
Mi padre podría haberse retirado. Eligió permanecer. Cada día está ahí, atento sin intrusión. No es ingeniero, pero posee una mirada precisa y afinada por más de medio siglo de saber hacer, capaz de transmitir sin palabras innecesarias. Es nuestra brújula, nuestra línea de cresta, garante de que cada pieza respete la exigencia de su nacimiento. Nunca transige.
Mi madre cultivó otro fuego: la benevolencia, el gusto, el cuidado invisible. Fue ella quien me transmitió la pasión por la cocina, un gesto simple pero esencial. Un arte del detalle que resuena con el de la luz. En el calor del horno como en un haz luminoso, la atención es la misma: lenta, paciente, amorosa.
Fosfens es entonces un lugar de alianzas, de gestos cruzados, de saberes en conversación. Cada luminaria es pensada, diseñada y mecanizada con extrema precisión. Usamos las mismas máquinas que para la aeronáutica, pero con un objetivo diferente: no el rendimiento, sino el confort. No la eficacia bruta, sino la armonía. Nuestras piezas no se producen en serie: son compañeras, destinadas a atravesar años, espacios y vidas.
Esta aventura habría quedado en letra muerta sin Elena, quien creyó en este proyecto antes incluso de que llevara su nombre. Ella vio donde otros dudaban. Sostuvo la luz en silencio mientras yo recuperaba mi mirada. Fosfens le debe mucho.
Y luego está toda la casa. Mi cuñada, cuyo ojo fotográfico captura el alma de nuestras piezas. Mi hermano, cuyo sosiego estabiliza todo lo que busco elevar. Mi padre, el guardián. Mi madre, la fuente. Mis hijos, que reciben esta herencia con suavidad.
Fosfens no es una empresa ordinaria. Es un espacio para respirar, un crisol, una cámara de ecos entre luz y materia, pasado y futuro. Lo que fabricamos no son simples luminarias. Son fragmentos de vínculo, haces discretos de atención, objetos que no añaden nada pero revelan todo.
Si nos leen, quizá ustedes también buscan una luz que no deslumbre sino que acompañe, que no muestre sino que susurre, una luz que respete.
Bienvenidos,
Milan – Fundador de Fosfens
Revelación
Luz para el arte
Una luminaria Fosfens nunca se exhibe. No busca admiración; guarda silencio, se difumina, se ajusta para revelar mejor aquello que ilumina. Donde otros proyectan, ella acoge. Donde algunos imponen, ella se adapta. Es ese soplo discreto que da vida a los colores dormidos, ese silencio luminoso que revela una materia, una intención, un vértigo.
Un gran lienzo, un boceto antiguo, un bronce patinado o una fotografía analógica: cada obra porta en sí una memoria que solo una luz justa puede convocar. Nuestros instrumentos nunca se convierten en el sujeto de la obra. Se armonizan con el lienzo como un pianista con su partitura. No preceden al arte. Lo acompañan con la reverencia de quienes saben que solo están allí para servir.
Se requiere una densidad precisa, una fidelidad cromática irreprochable, un dominio perfecto de la dirección y de la temperatura para respetar la obra iluminada. Todo esto lo ofrecemos, porque en Fosfens, el papel de la luz no es brillar por sí misma, sino revelar, como un susurro al borde de los labios.


Lectura
Luz para el espíritu
Existen luces que estimulan, otras que solicitan, y luego están aquellas que reposan, que apaciguan, que se convierten en prolongación del pensamiento. Es esa luz la que hemos querido crear: una luz suave, delicada, casi imperceptible, que nunca distrae, sino que sostiene, incansablemente, el movimiento interior.
Leer requiere una forma de silencio, una atención sin tensión, una luz que no agreda, que no parpadee, que no pulse. Hemos eliminado el centelleo, estabilizado el espectro, para crear una atmósfera óptica de rara serenidad. Una luz que no cansa ni los ojos, ni el corazón, ni el instante.
En este delicado equilibrio, la luz Fosfens se convierte en aliada. Acompaña la introspección de la lectura, el estudio atento, la meditación nocturna. No se percibe. Y, sin embargo, cuando se apaga, es el mundo el que queda vacío.
Presencia
Luz para la Vida Cotidiana
Nunca hemos creído en una luz de exhibición. Lo que buscamos, lo que fabricamos cada día, es una luz de presencia, una luz que se armoniza con la lentitud de una mañana, con la claridad de una merienda de invierno, con la suave fatiga de una cena compartida. Una luz que escucha, que respeta, que acompaña.
Sigue los gestos simples, los pasos silenciosos, las miradas posadas en los rostros familiares. Acompaña el ciclo de las horas, sin contradecirlo jamás. Sabe desaparecer cuando se necesita paz y reaparecer con tacto cuando el mundo requiere un poco de claridad. Vigila, sin imponerse. Ilumina, sin dominar.
El espectro continuo de nuestros módulos, su fiel reproducción del color, la temperatura ajustada lo más cerca posible de la luz natural: todo esto no está pensado para impresionar. Está concebido para aliviar. Para envolver lo cotidiano en una claridad que cuida, que respeta, que ama.


Herencia Técnica
Luz para Durar
Lo que no se ve en una luminaria Fosfens suele ser lo que más atención requiere. Detrás de la silueta serena de un MagicEye o de la delicadeza de un Corduroy se esconden horas de programación, mecanizado, ajuste y control. Este saber hacer, heredado de nuestra historia aeronáutica, es invisible. Y, sin embargo, está en todas partes.
Fresado de 5 ejes, anodizado de alta precisión, montaje en sala limpia, selección de componentes a medida: nada se deja al azar. La exigencia no se proclama, se demuestra. Y hemos elegido llevarla a su grado más alto, sin nunca reivindicarla más que por la fiabilidad de las piezas, la pureza de los acabados y la belleza del gesto.
Este cuidado no lo aprendimos en los libros; proviene de una cultura, de una herencia de ingeniería y rigor, transmitida de padre a hijo, de máquina a mano, de mirada a mirada. Lo que no se ve es lo que garantiza la durabilidad, y en cada pieza Fosfens, esta invisibilidad es nuestra firma.
Una visión encarnada
Luz para transmitir
Fosfens no nació de un plan de negocios, sino de una visión, de un rechazo al pensamiento prefabricado, a lo desechable, a la carrera hacia la novedad sin sustancia. No vendemos luminarias, construimos una casa, una manera de estar en el mundo, una manera de iluminar con justicia.
Nuestro modelo es sobrio, exigente, duradero. No busca dominar un mercado, sino inventar un lenguaje, un lenguaje de luz, una gramática de sombras, matices y silencios. Preferimos clientes leales a volúmenes de venta, hogares habitados a vitrinas ruidosas, gestos pacientes a destellos fugaces.
Y si los años se convierten en siglos, si Fosfens se une a la línea de casas que atraviesan el tiempo con constancia, como los Henokiens, no será para izar una bandera ni reclamar un título. Será para prolongar un juramento discreto: ofrecer una luz justa y, a su estela, transmitir una manera de perdurar sin jamás deteriorarse.

De la Gente
La Inspiración a Través de los Encuentros
Durante mis estudios en Inglaterra, en un concierto televisado, justo antes de subir al escenario, una periodista le preguntó a Jimi Hendrix de dónde venía su inspiración. Él respondió simplemente: “From the people”.
En aquel momento, estas palabras me impactaron poco, pero hoy resuenan profundamente en mí. Como él, encuentro mi creatividad en los encuentros y en los intercambios.
La luz que doy forma en Fosfens nace de esas historias humanas que cruzan mi camino.
Como decía Jimi: «All I’m gonna do is just go on and do what I feel».
Luz Compartida
Ingo Maurer X Fosfens
Ya han pasado diez años…
En 2015, se tejió un encuentro improbable entre Ingo Maurer, poeta visionario de la luz, y yo, artesano apasionado. En 2016, esta relación se fue consolidando, nutrida de confianza, diálogos sinceros y una visión común: la de una luz habitada y libre. La vida, con su dulce implacabilidad, primero nos arrebató a Jenny y luego al propio Ingo, privándonos de la obra maestra que soñábamos crear juntos.
Un día me confió:
«At the beginning of my career… I focused a lot on the shape of lamps. Later I realized that the light itself is much more important than the form.»
Estas palabras resuenan hoy como una brújula para Fosfens. Él, el alquimista de lo intangible. Yo, el artesano que da forma a la luz sin jamás someterla. Cada rayo que modelamos susurra esta herencia preciosa, esta búsqueda de una luz viva, cargada de emociones y sentido.
Recuerdo su mirada cuando me presentó a su hijastro: un orgullo silencioso que entonces no llegué a comprender del todo. Hoy, padre de cuatro hijos, comprendo cuánto la luz rima con transmisión.
Compartimos esto: la luz, y aquellos a quienes amamos.
Gracias, Ingo.

Yvan Péard
El Amigo de Siempre
Hace casi veinticinco años, nuestros caminos se cruzaron al inicio de la aventura Ayrton. Yvan, proveniente del exigente mundo del entretenimiento, acababa de colocar las primeras piedras de su casa luminosa con un prototipo audaz: 192 LEDs Nichia de 5 mm atravesantes. Yo, aportaba mi propia revolución: el LED de potencia LUXEON, destinado a transformar el mundo de la luz.
Podría haber sido mi padre, por el carisma y la sabiduría que imponían respeto. Sin embargo, entre nosotros se tejió una amistad sincera, profunda, casi fraternal. Aún recuerdo la boda donde, sentado a la mesa de honor a su lado, un gesto no protocolario que quiso concederme, percibí al hombre más allá del emprendedor autodidacta, de ese creativo instintivo que asimila todo con una facilidad desconcertante, siempre en busca de una idea nueva, un concepto audaz, una forma singular de ver el mundo.
Es difícil condensar veinticinco años de intercambios, proyectos compartidos, éxitos y batallas. Yvan ha moldeado, con su visión y exigencia, mucho más que el panorama de los luminarios para espectáculos y eventos: ha influido en mis elecciones de vida, casi al mismo nivel que mi compañera.
En aquella época, me movía en el universo de las multinacionales, con una fuerza de acción que ponía gustosamente a su servicio. A veces sin que él lo supiera plenamente, a menudo más de lo que yo mismo habría imaginado, invertía mi energía, mi red y mis habilidades en su proyecto. Por amistad, por convicción, y porque creía profundamente en lo que él construía. Siempre me ofreció su generosidad de espíritu y de consejo, y me gusta pensar que, de alguna manera, siempre nos hemos apoyado, cada uno a nuestra manera.
Hoy, Ayrton reina como líder indiscutible en su campo, un referente mundial que impone una escritura luminosa audaz, precisa e innovadora. He tenido el privilegio de ser testigo y actor discreto de este recorrido, a veces en la sombra, a veces en la luz. He visto desfilar camiones enteros llenos de luminarios, símbolos de un éxito rotundo, en la época en que mis responsabilidades crecían. Estaba en todas las confidencias: victorias, dudas, y ese lado oculto que a menudo se olvida en los relatos luminosos, esa cara más sombría que hay que domesticar, como una luz demasiado intensa que se modela con paciencia para que no deslumbre.
Yvan encarna la elegancia francesa de los años de Bardot y Delon, un verdadero galán de una época donde la luz no se medía solo en lúmenes, sino en carisma y presencia. Hoy vive en la Costa Azul, en una villa frente al mar, con una vista inmejorable de Saint-Tropez. Podría haber disfrutado de un retiro tranquilo, pero la llamada de la creación es más fuerte. Continúa inventando y desarrollando, ahora junto a su hijo Alain. Viaja menos, ciertamente, pero conserva, con un legítimo orgullo, su tarjeta Platinum Air France de por vida, testigo de esos años recorriendo el mundo para llevar la luz allí donde debía brillar.
Nuestras pasiones se entrelazan mucho más allá de los proyectores: el vino, primero, con nuestras escapadas a Vosne-Romanée, compartiendo el amor por los grandes crus y los saberes auténticos. El gusto por el diseño, la exigencia y las cosas perfectamente realizadas. El placer de la mesa también, con Rita, que cocina con la misma generosidad que él, y la ternura que ambos dedican a sus animales, compañeros fieles de sus días al sol.
Su empresa, Ayrton, lleva un nombre que resuena como un homenaje a su pasión por el automóvil, al estilo de Richard Mille. Como Steve Jobs, cuyo genio supo percibir antes que muchos, Yvan es sensible al más mínimo detalle, a la precisión suprema.
Pero su pasión no se detiene ahí. El cine ocupa un lugar singular en su universo. Su colección de fichas, rigurosamente clasificada, es probablemente una de las más notables de Francia. Pasó años transformando su sótano en una sala de proyección digna de los grandes, comparable en calidad a la de Johnny Hallyday. Noches enteras viendo, analizando y comentando películas, conociendo cada detalle, cada anécdota, como una verdadera biblia viva del séptimo arte.
Sé que observa mi trayectoria con una benevolencia paternal, tal vez incluso con un toque de orgullo. Pero me deja libre para trazar mi propio camino, con mis éxitos, mis errores, y sobre todo mi estilo, porque es allí donde se aprende más. Como un padre adoptivo que, en las líneas de luz que dibujo, reconoce una parte preciosa de nuestra historia común.
Y en esta historia, Fosfens también ha crecido, no en el ámbito del espectáculo como Ayrton, sino en el mundo de la arquitectura. Con la misma búsqueda de excelencia, la misma pasión por la luz habitada, hoy damos forma a una escritura luminosa nueva, sutil y potente, que se integra en los espacios de vida con elegancia y precisión.
Así continúa esta aventura compartida, entre herencia, innovación y profunda amistad.